“La arquitectura se las ha de ver necesariamente con el uso, con el sitio y con la técnica. Los tres ingredientes remiten a la naturaleza de manera obvia: el uso, a través de lo que algunos se empeñan en llamar función, se identifica con la vida, con su conservación y organización; el sitio como escena sobre la tierra y bajo el cielo, como geografía o topografía, incluso cuando el marco es la propia ciudad; la técnica porque toma de la naturaleza sus materiales aunque los transforme con destreza hasta hacer irreconocible su origen.

Pero los hechos arquitectónicos, cuando de verdad llegan a serlo, se sustraen a esa determinación natural y alcanzan a tener especificidad y autonomía, es decir, obedecen a las leyes generales que gobiernan la naturaleza pero además, y esto es esencial, tienen sus leyes propias. Son objetos culturales que se recortan contra un fondo que es la historia”.  

Antonio Armesto

Arquitectura es delimitar una porción de la tierra haciéndola identificable, esta construye un límite inaugurando la noción de interior y exterior. Distancia, umbral, superficie, vano; son mecanismos útiles en la generación de tal propósito. El Tropicario de Bogotá, es el ejercicio de delimitación; el encargo es contener al interior de un espacio construido por el hombre una porción de la naturaleza en su estado primario. Esta condición particular del proyecto genera una pregunta acerca de la definición del límite que conforma la noción de interior/exterior. La selección del material elegido para este fin evidencia esta condición  ambigua. Cruzamos la superficie; invención humana que encierra la naturaleza y en ese instante el afuera es diluido, permitiendo una lectura en dos direcciones, así el interior se construye  del exterior y el exterior se manifiesta en el interior.